Primero
fue una urbanización a la derecha, llegaron los trajes y los coches, y uno de
esos tipos de sonrisa perfecta y lengua voraz se había llevado a su mujer.
Después, justo en frente, construyeron un enorme colegio en el que le cambiaron
a sus hijos. Lo siguiente fueron unos grandes almacenes, situados a la
izquierda, que acabaron por completo con la posibilidad de vender los productos
de su huerta; y por último, como una broma macabra, justo a su espalda construyeron
un gran museo rural, recordándole que su vida no era ya más que historia.
El
viejo molinero contemplaba las aspas con tristeza, había llegado el hombre
moderno, y le había robado hasta el viento.