Me duele el ego por saberme en
vuestras manos, pero aprendí a jugar con fuego al caminar entre gusanos. Y
jugar con fuego no es arriesgar, ser temerario, o valiente… si no esconder la
llama rodeándola de oscuridad artificial y fingida simpleza, engañando así a
quienes no distinguen el calor ajeno del propio. Después quieres gritar, porque
todos se acercan al refugio de esa calidez demente, pero nadie ve la luz que no
desprende un fuego helado de miedo, que arde hacia dentro y destruye lo que
cura. Y te das cuenta de que has perdido la partida, a tus cartas les sobraban
copas y espadas, los gusanos tienen
todos los oros, y los bastos les apoyan. Así que decides cambiar de juego, y de
fuego, y de ego, y de todo. Y ser tú, que para eso te han parido con dolor y a
voz en grito; no para que te andes escondiendo.
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