Vientos cálidos de realidad asfixian el ideal frío y
sereno. Cada metro avanzado es un metro perdido, un sueño profanado, y un
tiempo que jamás volverá. A carreras en el laberinto, golpeando todos y cada
uno de los muros como si fuera suya la culpa, mientras observan confundidos la
violencia que contra ellos emplea la misma mano que los irguió; apenados,
conscientes de mi derrota, sangran junto a mí.
No queda ya nada en el barro que nos forma, en la
mano de quien firma, en la pasión que se conforma, ni en la vida que transforma
y se autoafirma. Solo lo que siempre hubo. Solo lo que siempre habrá. Da igual
cuan firme sea mi paso, en el mundo que he construido, detenerse es morir; y
avanzar hasta la meta… perder.
Siento como la tierra bajo mis pies reclama su
trofeo, los gusanos que la habitan visten sus mejores galas y se relamen ante
el banquete prometido; pero al hombre, por ser hombre, le queda siempre una
última oportunidad: Arder, arder incombustible… que aquello que en nosotros es
fuego, luz, y calor, prevalezca sobre la carne torturada, se eleve por encima
de los muros, y dibuje, aunque deba ser en gris ceniza, una sonrisa eterna. Y
por qué no… con trazo infantil y descarado, un profundo: “Que os jodan. Podéis
destruiros a vosotros, pero no a mí.”
Texto: Jorge Ramos
Ilustraciones (por orden):
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JVargas https://www.flickr.com/photos/jvargas/
J. Clemente Orozco