Un
nuevo despertar
Si hoy me
despertara sin saber absolutamente nada y pudiera dedicar todo el día a
observar, recorrería el mundo de punta a punta impaciente por absorber toda la
belleza que debería albergar semejante lugar. Dedicaría las primeras horas a
disfrutar de la naturaleza en todas sus formas, pero inevitablemente llegaría
un momento en que me llamarían demasiado la atención todos aquellos seres
semejantes a mí que caminan de un lado a otro; los vería, y entonces ya no
podría dejar de mirarlos.
Vería “Sabios”
que levantan muros, “Lideres” que limitan a sus pueblos, “Maestros” que esposan
a sus alumnos, y gente normal luchando a corazón abierto por alcanzar la paz de
su tumba cerrada.
Vería el
polimorfismo de la injusticia, a veces disfrazada de colores alegres, entre
leyes y trajes de seda; y otras, tan
cruda y evidente que solo puede ser ignorada, gracias a la distancia que nos
impide distinguir con claridad si un estómago está lleno, o hinchado.
Vería como todos
persiguen el concepto más complejo de cuantos se han intuido, “ser felices”,
mientras se conforman con una insultante simpleza, que recuerda al caviar de los pobres: Sabemos que existe uno de
verdad, pero solo hemos probado el extracto del mercadona.
Vería bombas,
fuego, sangre… y me sería imposible distinguir entre inocentes y culpables,
abrumado ante tantas banderas y proclamas; incapaz de saber qué es cierto, más
allá de la innegable certeza de la muerte que acompaña en nuestros días a cada
grito de libertad.
Y me iría a
dormir triste, pero ilusionado, sabiendo que al día siguiente un velo de
inconsciencia cubriría mis ojos y alentaría mi lucha; tratando de alcanzar en
los sueños de esa noche, al menos, la intuición de una idea a la cual perseguir
de forma incansable… aunque sea mentira. Porque llegados a este punto, más vale
agarrarnos con fuerza a las alas del soñador, que doblegarnos a la realidad del
omnipresente dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario