lunes, 15 de diciembre de 2014

No hay colores para todos

Seis hombres se encontraban reunidos en una amplia sala pintada del verde más cálido, casi blanco, gracias al efecto de la luz que se introducía por los enormes ventanales. El lugar reunía todas las condiciones que la ciencia aconseja para favorecer una buena disposición de ánimo, circunstancia que oprimía especialmente el corazón de uno de los hombres sentados a una “mesa redonda”, que no era redonda del todo, ya que ni siquiera había mesa.

“Todos los problemas del mundo pueden solucionarse con el color apropiado, ¡Por qué no se le habrá ocurrido antes al ser humano! -Pensaba Héctor, mientras jugueteaba con el pañuelo que cubría la gran cicatriz de su cuello- Como estamos desconsolados, nos meten en una gran sala del color de la esperanza, ¡Y todo solucionado! ¿Pero por qué parar ahí? Pintemos las casas de los solitarios del color del amor, las cárceles con el del arrepentimiento, los congresos que sean color honestidad… ¡Pintemos toda África del color de la comida! ¡Y ventanas, grandes ventanas por todas partes! ¡Qué no falten las putas ventanas!”

La frustración que siempre acompaña a quien se ve obligado a hacer algo que detesta dominaba por completo el débil alma de Héctor, cuyas cicatrices no podían cubrirse con ningún pañuelo. Todo le resultaba irritante: La enorme sala verde, el círculo de sillas que parecía sacado de un drama americano de segunda categoría, la suficiencia que percibía en la mirada del psicólogo… Pero por encima de todo aquello, lo que realmente se le hacía insoportable era la voz de sus compañeros de terapia: Esas vocecillas lastimeras, que alternaban dolor e ilusión como quien mezcla whisky con cola. Los despreciaba a todos y cada uno de ellos, no había un solo átomo de su cuerpo que no sintiera repulsión hacia el más insignificante de los patéticos gestos que repetían una y otra vez, acompañados siempre de las mismas expresiones, tan repetidas como carentes de contenido. Y de entre todos ellos, al que más despreciaba era a sí mismo.

Llevaba ya más de una hora en la sesión a la que una resolución judicial le había obligado a acudir, la primera de una docena. Desde el primer minuto había dedicado sus escasas fuerzas a revolcarse entre el odio que inundaba todo su ser, odio del que reconocía ser el único objetivo, pero que cobardemente calmaba reflejándolo sobre todo aquello que le rodeaba. Por primera vez en toda la tarde, el silencio dominó la sala, e instintivamente, Héctor alzó la cabeza para encontrar todas las miradas puestas en él.

-¿Qué ocurre? -dijo, poniéndose recto sobre su silla, en actitud desconfiada.
         
            -Es tu turno -El psicólogo hablaba de forma pausada y serena, como quien se dirige a un niño. -Por ser tu primer día, te hemos dejado para el final; pero ahora debes contarnos por qué estás aquí, para que todos conozcamos tu historia.


            -¿En serio? -dijo Héctor, levantándose de su asiento. Miró a todos con una sonrisa a medio camino entre el sarcasmo y el odio, y continuó hablando mientras se marchaba de la sala.- Si estoy aquí, es precisamente porque a nadie le importó nunca mi historia.



miércoles, 10 de diciembre de 2014

Gente de mentira

Las ideas son rencorosas, acusan por siempre al traidor; sobre todo, las erróneas.

Ocurre como con la gente: Cuanto más equivocados, más seguros de sí mismos; cuanto más débiles, más exigentes; cuanto peores son, mejores quieren parecer. He aquí la razón principal de la deriva social: La gente es de mentira, sus ideas no son suyas.

En una época en que confundimos información con sabiduría, hipocresía con educación, y política con moral… hemos asesinado dioses y reyes para someternos voluntariamente al autoengaño inducido por el ego, el mecánico avanzar por la vida con el esfuerzo ajeno, y la calidez de la libertad en oferta por liquidación.

Y es así como se construyen miles de millones de vidas llenas de nada: Fomentando la simpleza que se disfraza de excepcionalidad por imitación. Y así, en donde la gente importa un poco porque es necesaria para que la rueda gire, la gente está contenta. Y así, en donde no, que mueran llorando. Y así el Sol se esconde, y así la Luna brilla, y así pasa otro día sin que nada cambie. Y así trescientas sesenta y cinco veces al año,  y así cien años por siglo, y así diez siglos por milenio… Y así, eternamente repetido, es como ha sido desde que el hombre es hombre, si es que alguna vez lo fue.

Y resulta, entonces, que no es un problema de nuestra sociedad, ni de nuestra gente, ni de nuestra cultura. Es un problema de nuestra naturaleza  imperfecta, y de la incapacidad por esforzarnos en cambiarla. Es una idea que nos acusa.







viernes, 28 de noviembre de 2014

Soñadores

La realidad es un lugar ajeno a mi sentir. El incesante acoso de los horrores que me acompañan coacciona mi percepción, negando todos mis esfuerzos de vida. No soy yo… y sin embargo, soy tan yo como cualquiera.

Ellos son lo mismo. Puedo reconocerme en sus ojos apagados, caminar entre sus andares mecánicos, asentir ante su estridente sonrisa forzada… puedo morir lentamente junto a ellos, entre iguales. Morir de mediocridad.

Pero también puedo elegir no conformarme. Seguir buscando hasta el día en que mi único horizonte sea la urna en que reposen mis cenizas, acompañado de aquellos que exigen de la vida algo más que vivir. Siendo yo, siendo con ellos.

Somos la infinidad de mordazas que acallan nuestras ideas, las cadenas que limitan nuestra comprensión, las cargas que doblegan nuestra voluntad…  Fuimos ansia de vida, culto a los temores, débil reflejo grisáceo en una noche sin estrellas… Seremos lucha, duelo a muerte contra la razón, eterna batalla del existir.  



martes, 25 de noviembre de 2014

Dinero público y corrupción

No termino de comprender la pasividad que domina a nuestra sociedad en todo cuanto se refiere a la gestión del dinero público. Creo que el problema reside en la falta de conciencia de qué es realmente el dinero público, de dónde sale, y cómo se utiliza.

El dinero público es la base de nuestro sistema de organización. En teoría, es un sistema basado en la solidaridad social, construido de forma que todos los ciudadanos aportemos en una hucha común en función de nuestras posibilidades; posteriormente, nuestros gobernantes, elegidos de forma democrática, gestionarán esos fondos con el objetivo de proporcionar una serie de servicios al conjunto de la sociedad, sin distinción de raza, religión, o clase a la que pertenezcan. Obviemos por un momento la realidad, y supongamos que todo esto se lleva a la práctica tal y como propone la teoría.

Todo este dinero procede fundamentalmente de la aportación ciudadana: Obligan a nuestros jefes a pagar una importante cantidad directamente al Estado, nos retienen parte de nuestras nóminas, y nos cobran de más en cada producto que decidimos consumir. Lo que pagamos de más es dinero que cedemos al Estado; lo que nos retienen de nuestras nóminas es dinero que cedemos al Estado; y lo que nuestros jefes pagan por tenernos contratados, no es una carga que los empresarios sufran por el bien social (como muchos intentan hacernos creer), si no un dinero que directamente pagan al Estado en vez de a nosotros. Y todo este dinero cedido al Estado tiene como objetivo, recordemos, proporcionarnos todos aquellos derechos y servicios que se recogen en nuestras leyes.

El dinero recaudado a través de todos estos métodos sirve para sufragar los gastos del Estado. Eso incluye, entre otras cosas, el mantenimiento de todas las instituciones estatales, nuestra política exterior, la construcción de infraestructuras, sanidad, educación…

En los últimos tiempos hemos creado una especie de redada contra la corrupción, y a todos aquellos gestores que han metido en su bolsillo dinero público los estamos sentando en un banquillo de acusados. Pero no os confundáis, corrupción no es sólo robar dinero público. Corrupción es también la mala gestión de ese dinero.

Corrupción es utilizar a la policía para sacar de sus casas a la gente que ha pagado los sueldos de esos policías cada vez que compra una barra de pan.

Corrupción es mandar a nuestras tropas, pagadas con nuestro trabajo, a combatir allá donde decida un gobierno extranjero a cambio de favores comerciales.

Corrupción es salvar con nuestro dinero un sistema financiero que abusa de nosotros, mientras dejamos que nuestros ciudadanos vivan en la calle.

Corrupción es privatizar servicios cuyas infraestructuras han sido pagadas con el esfuerzo de todos nosotros.

Corrupción es, en definitiva, la mala gestión de todos aquellos recursos que nos OBLIGAN  a cederles. No os conforméis con ver entre rejas a cuatro peleles, la corrupción está en la base del sistema de representación, porque es todo aquello que nuestros gerentes hacen con nuestro dinero y cuyo objetivo principal no es el beneficio del conjunto de la ciudadanía. 


viernes, 7 de noviembre de 2014

Yo me acuso

Un pequeño conjunto de silenciosas máquinas ocupaba ahora el lugar que, apenas dos semanas atrás, albergaba a casi un centenar de bulliciosos trabajadores. Roberto, el encargado de mantenimiento, no podía evitar recordar con nostalgia los cercanos días en los que hombres y mujeres iban de un lado para otro, mientras contemplaba resignado el monótono trabajar de sus nuevos y mecánicos compañeros.

No es que Roberto echara de menos a los antiguos trabajadores; la extrema timidez del encargado de mantenimiento era de sobra conocida por todos, y había provocado no pocas bromas entre la plantilla. Lo que realmente añoraba era el efecto que estos provocaban en él, y es que cada vez que uno de los trabajadores pasaba junto a él, ya fuera alegre o enfadado, le saludara o ni siquiera le mirase, Roberto inmediatamente dejaba volar su imaginación y convertía a ese empleado en el protagonista de alguna increíble historia que explicase, del modo más fantasioso posible, la actitud que mostraba.

Había pasado un mes desde que uno de los trabajadores más antiguos de la fábrica, representante de todo el colectivo, volviera a su puesto tras una intensa conversación con el jefe de la empresa. Sus pequeños ojos verdes mostraban ese confuso punto de indignación en el que, tan pronto podrían encenderse con un ígneo estallido que diera rienda suelta a toda su rabia; como por el contrario, podrían comenzar a brotar a raudales lágrimas de la más penosa resignación. Roberto, sin prestar especial atención al lugar del que venía, o a donde se dirigía, retuvo con firmeza en su mente la expresión de aquel rostro que le cautivó completamente, y se mantuvo ocupado el resto de la tarde imaginando diferentes situaciones para él.

Primero, convirtió a ese trabajador en el líder de un gran grupo de revolucionarios, el cual se hallaba a punto de llevar a término sus planes de asestar un golpe definitivo al poder establecido, cuando acababa de recibir la noticia de que las autoridades habían apresado a su bella esposa y a sus dos hijas. Enfadado y dolorido, se debatía entre entregarse para que ellas estuvieran a salvo, o seguir adelante con sus planes, lo cual les costaría la vida. Después, de carismático líder revolucionario pasó a ser un desafortunado enamorado, quien irremediablemente había perdido a la mujer objeto de todos sus deseos y sentimientos, quedando en una situación en la que sólo contemplaba dos opciones: Una de ellas era revelarse ante Dios quitándose la vida por la injusticia con que había sido tratado;  la otra, vagar por el mundo hasta encontrar un lugar en donde tener a Soledad como única compañera, y a Muerte por anhelada amante.

Y así, historia tras historia, el pobre hombre al que acababan de comunicar su despido y el de la mayor parte de sus compañeros, además de revolucionario y amante, fue también para Roberto ladrón, filósofo y vagabundo.

A lo largo de estas dos semanas Roberto había tenido que ocupar todo su tiempo en aprender sus nuevas tareas, cuyo número y complejidad habían incrementado considerablemente, y no hubo tiempo ni motivo para soñar despierto. Pero esta tarde, por primera vez desde que se diera su nueva situación, se encontraba sentado en su puesto sin nada que hacer y sin nada en lo que pensar. Fue entonces cuando recordó una conversación que había tenido hacía un par de horas con su jefe, en la cual, éste le había dicho que tenían una reunión muy importante esta tarde y que él también sería llamado para consultarle acerca de algunos asuntos. Más aburrido que triste, hizo algo que no había hecho nunca antes hasta ese momento, y decidió convertirse en protagonista de sus historias, comenzando a construir la siguiente:

Roberto se encontraba sentado en su lugar de trabajo cuando, de pronto, la puerta se abrió con un sonoro golpe y por ella entró su jefe, con el traje descolocado, el rostro enrojecido y otros evidentes signos de fatiga.

―Rápido Roberto, ha llegado el momento, te están esperando ―dijo el jefe, agarrando suavemente el brazo de su empleado con contenida impaciencia.

Roberto sacó una carpeta roja del carcomido cajón de su mesa y acompañó al jefe, con paso firme y semblante serio, hasta la salida de la fábrica donde les esperaba una interminable limusina negra rodeada por cuatro coches de las fuerzas de seguridad del Estado. La limusina y su séquito se pusieron en marcha y atravesaron a toda velocidad una autopista que estaba cerrada al tráfico, excepto para ellos, llegando en pocos minutos a un estadio de fútbol que se encontraba a unos seis kilómetros de la ciudad. Esos minutos los aprovechó Roberto para ojear unos cuantos folios que había sacado de la carpeta roja, mientras su jefe le observaba con timidez y admiración. Al llegar al estadio, bajaron de la limusina y contemplaron ante sí una enorme pancarta que ocupaba toda la fachada central y en la que podía leerse: “Primer encuentro de todas las Naciones para la construcción del Nuevo Mundo: Hoy expone sus ideas Roberto”.

Ocho guardaespaldas uniformados bajaron de los coches que acompañaban a la limusina y rodearon a Roberto, dirigiéndole al interior del estadio; y de ahí, a una plataforma situada en mitad del campo, llena de cámaras en las que se podían distinguir los logotipos de los principales canales de televisión de todo el mundo. En medio de la plataforma se alzaba, solitario, un atril que contenía un pequeño micrófono. Cuando Roberto se quedó solo frente al atril, el público reunido en el estadio, que hasta ese momento había aplaudido sin cesar, guardó un respetuoso silencio, y entonces Roberto comenzó con su discurso:

“Queridos compañeros de viaje en esta vida que ansiamos comprender y por este mundo que deseamos mejorar, gracias por concederme vuestro valioso tiempo. A lo largo de las últimas semanas han desfilado por escenarios como este gran cantidad de hombres y mujeres, todos ellos con una inteligencia envidiable y una preparación inmejorable. Unos han hablado del comunismo, el socialismo, el capitalismo, el liberalismo…; otros, de materialismo, existencialismo, humanismo, nihilismo…; y algunos más, de cristianismo, islamismo, budismo, judaísmo… Pero, por suerte o por desgracia, yo no poseo ni una inteligencia envidiable ni una preparación inmejorable, así que no les hablaré de ninguna de esas cosas.
Yo soy un hombre sencillo, el encargado de mantenimiento de una mediana empresa, así que no esperen que les deslumbre con mis conocimientos de historia, teología, filosofía o acerca de los nuevos cambios en la situación geopolítica; es más, ni siquiera estoy seguro de saber que significa esto último. Pero hay una cosa que sí sé: Sé que no estamos haciendo las cosas bien. No es necesario que enumere la interminable lista de males que aquejan al hombre de hoy, todos los conocemos porque, en mayor o menor medida, los estamos sufriendo. Lo que parece que no conseguimos identificar son las causas, si no resulta incomprensible que repitamos una y otra vez los mismos errores. Pero si alguien tan sencillo como yo puede ver claramente esas causas, la única conclusión a la que puedo llegar es que la inmensa mayoría de la población, o no quiere reconocer que tiene parte de culpa, o realmente no desea cambiar la situación.

Como sé que es muy difícil reconocer la propia culpa, pero también sé que esto resulta más fácil cuando es compartida entre varios y además reconocida por alguno de los culpables, estoy aquí esta noche, amigos, para reconocer ante vosotros mi culpa. Así, con la esperanza de que os veáis reflejados en mí, y de que mis palabras os animen a reconocer también vuestra culpa y a proponeros enmendarla, yo me acuso:

Soy culpable de crueldad e indiferencia, por saber que hay hombres, mujeres y niños muriendo de hambre y sed cada día, y no haber hecho nunca nada por cambiar su situación, más allá de puntuales donaciones que acallan mi conciencia.

Soy culpable de hipocresía, por exigir para mí lo que no exijo para los demás.

Soy culpable de asesinato, por no hacer más que tímidas protestas y aspavientos cuando mi país apoya una guerra, mientras con mis impuestos sigo financiando su ejército.

Soy culpable de vanidad, por creer que mi vida es más importante que la de otros.

Soy culpable de robo y explotación, por consumir productos construidos con materiales pagados a precios ridículos en países pobres y elaborados por trabajadores sin derechos. 

Soy culpable de avaricia, por amontonar en casa o en el banco el dinero que gano y no necesito, mientras en mi propia ciudad hay gente durmiendo en la calle.

Soy culpable de simplismo e idiotez, por creer lo que una y otra vez me repiten todos aquellos que ocupan los puestos más altos de la pirámide y no quieren que la situación cambie.

Soy culpable de engaño, porque me engaño a mí mismo negando la realidad para sentirme mejor, y engaño a los demás con mi actitud falsa e interesada de complacencia. 

Y, por último, soy culpable de conformismo, por creer que no puedo hacer nada en relación con todo lo anterior.

Todas estas, y tal vez algunas más, son mis faltas. Hoy, desde aquí, me comprometo a remediarlas, porque no podemos pretender cambiar el mundo si no empezamos por cambiar todos y cada uno de nosotros. Así, yo no os pido que arreglemos el mundo encomendándonos a un Dios o un ideal, os pido que lo hagamos a través de nosotros mismos. Y para esto sólo necesitamos dos cosas, y ambas están al alcance de cualquiera: La primera, sinceridad. Sinceridad con nosotros mismos y con nuestros semejantes, para no repetir los errores del pasado. La segunda, respeto. Respeto hacía nosotros mismos y hacía todos los demás, porque ¿Qué importa si lo llama Buda, Dios, Allah, Marx, Nietzsche, Darwin o cualquier otro? Lo importante no es lo que una persona cree, si no lo que hace; y si todos hacemos lo que debemos, no hay razón para pelearnos. Poned como base la sinceridad y el respeto, y después llamadlo como queráis, si es que realmente necesitáis llamarlo de algún modo. ¡Sería tan fácil que todos viviéramos en paz!”

―Roberto, acompáñame, le estamos esperando ―Resonó una voz grave en los oídos del encargado de mantenimiento, cuando éste empezaba a imaginar como el público de su fantasía comenzaba a aplaudir tímidamente su discurso.

Roberto se levantó de su asiento y comenzó a caminar tras su jefe, que avanzaba con paso decidido hacia la sala de reuniones. La sala era pequeña, acorde con la empresa; la decoración brillaba por su ausencia y todo el mobiliario se reducía a una mesa central de dudosa calidad rodeada por ocho asientos. En el centro de la mesa había un proyector de última generación, comprado con parte de las indemnizaciones que se había escatimado a los antiguos obreros de la fábrica, el cual proyectaba sobre un panel blanco situado en la pared del fondo una gráfica en la que se representaba la reducción de gastos que se preveía con el nuevo sistema de producción. Dos hombres permanecían sentados en la mesa y observaban la gráfica cuando Roberto y su jefe entraron en la sala. Los dos hombres parecían copias idénticas del jefe de Roberto: El mismo traje, el mismo peinado, la misma expresión de autosuficiencia… El jefe ocupó su lugar en la mesa y Roberto, que le había seguido por inercia, a punto estuvo de chocar con él cuando éste se paró para tomar asiento. Sin invitar a Roberto a que se sentara, el jefe comenzó a hablar:

―Muy bien, veamos… ¿Ha tenido algún problema con la nueva maquinaría?
            ―No señor, ninguno ―respondió Roberto.
            ―¿Hay alguna observación que considere oportuno hacernos llegar acerca del nuevo sistema de producción?
            ―No señor, ninguna.
            ―Eso es todo, puede marcharse.
            ―Sí señor ―dijo Roberto, y a continuación, salió del despacho y volvió a su puesto de trabajo.




jueves, 6 de noviembre de 2014

Cómplices de la corrupción

Los casos de corrupción se apilan en nuestro país, y en todos los demás; pero meteremos a unos cuantos corruptos en la cárcel, renovaremos la confianza en las instituciones, y nos quedaremos con aquello que necesitamos para vivir: La conciencia tranquila, el estómago lleno, nuestras ocho horitas de trabajo diario, y los ojos cerrados. Todo volverá a estar bien, sin que nada haya cambiado. ¿Por qué?  Porque así es como queremos que sea.

Porque está muy bien criticar la corrupción y después ir de compras al Ikea, en donde todo es más barato que en la tienda de tu barrio; ya que el carpintero del barrio paga sus impuestos y hace sus muebles en condiciones controladas, y la multinacional cotiza en paraísos fiscales y aplica a saber qué condiciones a su mano de obra.

Porque es muy “Cool” apoyar a los negritos que se mueren de hambre, mientras nuestra tecnología (Desde el ordenador en el que escribo, hasta la lámpara de noche de tu mesita) avanza a costa de los recursos naturales que les robamos, para tener cada día más prestaciones a un coste que nuestra calidad de vida de occidentales nos permita.

Porque mola mucho ser progresista y defender tus derechos, salir a la calle a exigir más y más para ti y a criticar a quienes cometen la osadía de acaparar más que tú; y olvidarse de aquellos que no pueden alzar la voz por culpa de tu estilo de vida.


Porque es más fácil engañarse, en lugar de admitir que somos cómplices de la corrupción, y que sin nuestra indolencia y aprovechamiento no habría lugar para todos esos desfalcos que criticamos a la par que promovemos. 


domingo, 2 de noviembre de 2014

Salvadores

Está de moda salvar la democracia. Todos lo hacen, desde aquellos que creen haberla inventado hace cincuenta años, hasta quienes creen que la han inventado anteayer. Todos hablan en nombre de la democracia a la que defienden, aquella democracia en la que la mayoría piensa igual que ellos; porque si no, claro está, no es democracia, sino manipulación, ignorancia o falta de interés.

En Europa llevamos ya doscientos años salvando la democracia. El proceso es siempre el mismo: Las instituciones se corrompen, la multitud pierde la confianza en sus líderes, y surgen otros nuevos a los que comienzan a seguir. El sistema renueva sus energías, recupera la fuerza y la ilusión durante algún tiempo, antes de comenzar a decaer de nuevo para repetir todo el procedimiento. Así, se perpetúa. Y mientras ¿Qué ocurre?

Lo que ocurre es lo que ha ocurrido siempre, a lo largo de los siete mil años de historia del hombre civilizado. Lo que lleva ocurriendo desde que el ser humano se agrupa en torno a una entidad que considera superior a él, llámese Dios, Cultura, o Estado: El hombre se va deshumanizando, lenta pero constantemente. Se convierte en su Dios, en su Cultura, o en su Estado, y deja de ser un hombre libre para ser un conjunto de hombres atados a reglas que muchos no comprenden, y muchos más no se preocupan por comprender. Cambia el nombre, cambian las formas y cambian los ideales; pero la realidad, no cambia.

Por favor, no vengáis con vuestro maletín de costurera, lleno de parches de colores, dispuestos a remendar el uniforme del sistema. Si realmente queréis salvar algo, dejad que todo esto colapse, que se derrumbe de una vez por todas, para que podamos construir algo nuevo de verdad.



jueves, 30 de octubre de 2014

Cinco minutos

Dentro de cinco minutos estaré muerto. Condenado al olvido. Qué frase tan gratuitamente repetida. Pero nada de esto es culpa mía; ni tampoco suya, querido lector. Bueno, la verdad es que sí lo es, es a causa de ambos. Durante unos segundos he tenido la tentación de echarle la culpa a un montón de altísimos y nobilísimos conceptos de difícil comprensión, pero de sobradas medias explicaciones, acerca de los cuales sería incapaz de escribir nada nuevo; aunque seguramente usted me leería con mucha mayor atención, ante la posibilidad de memorizar algunas frases y luego repetirlas en su círculo de inmejorables amistades, dejándolos maravillados con su excepcional comprensión y profundidad.
Pero he decidido hacer un ejercicio de realismo. Seamos sinceros: Aunque parezca una contradicción, la escritura sufre un grave problema de comunicación. Aquí estaba mi autor, frente a un folio casi en blanco, con un cerebro lleno de ideas a las que su alma intenta dar forma, pero sin conseguir nada que pueda llamarse literatura. Aquí está ahora usted, contemplando el “producto terminado”, preguntándose qué demonios está leyendo. ¿Y qué es lo que está leyendo? Mi autor aun no lo sabe, acaba de empezar a escribirlo; y puede terminar siendo cualquier cosa, tal y como ha empezado. Pero usted se empieza a impacientar “¿Qué es esta estupidez?” se preguntará, “Aquí no hay una bonita historia de amor, no hay una trama de intriga que me invite a leer más, ¡Por Dios, si ni siquiera hay una mísera descripción!” Mi autor sonríe al escribir esta última frase, “si quieren bonitas descripciones, que lean a Hesse, ¿para qué voy a describir yo un paisaje, si ni en mis mejores sueños puedo imaginar compararme a él?” piensa, mientras dedica unos segundos a decidir si lo escribe o no. Al final lo escribió, como usted ya sabe. ¿Y para qué lo escribe? Que más da. Él está prácticamente convencido de que nadie lo leerá nunca, y usted a duras penas ha llegado a leer hasta aquí. Pero entonces… ¿Cuál es mi función? Mi autor me está escribiendo para dar rienda suelta a su frustración, y usted me esta leyendo porque ha tenido la mala suerte de que he ido a parar a sus manos. Si es que sigue leyendo, claro. ¿Acaso puede ser ese mi único cometido? ¿Es posible que sean ustedes tan despiadados como para limitar mi existencia a la casualidad o el aburrimiento? ¡He de tener un propósito, maldita sea! Nací creyendo que contendría algunas ideas interesantes. He visto a mis hermanos, y aunque nuestro autor aun no llega ni siquiera a la categoría de “escritor mediocre”, algunos de ellos al menos están orgullosos de su contenido. Puede que de forma inmerecida, pero quien soy yo para juzgarlos.
Y sin embargo, aquí estoy, llegando a la madurez de mi vida, y sin saber todavía qué soy. Pero hay algo que sí puedo hacer, algo que sólo le es negado a quienes atraviesan las puertas que conducen a los reinos de la eterna pena, en el inmortal poema de Dante. Recurriré a la esperanza. ¿Me permitirá soñar? Sería de una crueldad indescriptible negarme incluso eso.
Tomaré su silencio como un sí. ¿Con qué puede soñar un pequeño escrito como yo? Con lo que sueña todo el mundo, con ser más de lo que nunca seré. Sueño con contener la maestría que en unas pocas líneas se manifiesta en “Un artista del trapecio” ¿Lo ha leído? Si no lo ha hecho, hágalo, y así le habrá servido de utilidad leerme a mí, al menos habrá llegado hasta algo que realmente merezca la pena. ¿Y Qué se sentirá al ser uno de esos textos imperecederos? Algo así como “Las noches blancas”, formando parte de las vidas de tanta gente; todos tan distintos, únicos, pero compartiendo la fascinación por unas líneas que, por sí solas, justifican la existencia de su autor. O tal vez, con llegar a ser parte de una gran novela, ¡Quién iba a decirle a “El curioso impertinente”, que terminaría por pasar a la historia de la mano de “El Quijote”! Debe de ser maravilloso.
Pero bueno, qué le vamos a hacer. Además, tampoco estoy tan mal. Podría ser mucho peor, podría no haber existido. O aun peor, podría ser una composición de mentiras, de sentimientos que mi autor nunca ha sentido, de estupideces disfrazadas de grandes ideas por rebuscadas combinaciones gramaticales destinadas a engañar, en la mayoría de los casos, incluso al propio escritor. Pero soy lo que soy, un relato más entre miles de relatos, escritos por miles de personas, que comparten la ilusión de ser leídos algún día.

Las palabras acuden a mí de forma cada vez más certera, pero escasa, intuyo mi final. Siento haberle hecho perder el tiempo, quería decirle muchas más cosas, grandes ideas que le hicieran pararse a reflexionar al menos unos minutos, para ocupar una pequeña parte de su gran y única vida, y dar así sentido a la mía. Pero no estoy seguro de haber conseguido absolutamente nada de eso. No obstante, confió en que al menos no se haya enfadado, después de todo, sólo han sido cinco minutos.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Déficit de atención

Escuchamos constantemente que el mundo ha cambiado mucho en los últimos años, pero no es cierto. El mundo no ha cambiado, simplemente ha dado un paso más en la dirección errónea. Seguimos avanzando por un camino cuya única meta es la desnaturalización del hombre, y parece que nada ni nadie sea capaz de detener nuestra marcha marcial.
Ordenadores, teléfonos móviles y logotipos de  redes sociales son los elementos más representativos de nuestra generación. La generación de la era de las comunicaciones. La generación que ha perdido la facultad de comunicarse; y es que jamás existió una generación tan individualista como la que hoy contemplamos.
Dejemos a un lado las grandes ventajas que presenta la aparición de todas estas tecnologías, y hagamos un pequeño ejercicio de realidad: ¿Para qué se utilizan? Es muy sencillo, si queremos ver cuál es su función principal basta con analizar los contenidos que promocionan; puesto que aunque a algunos se les olvide, son empresas privadas y, como tales, su objetivo es obtener beneficios. ¿Qué nos encontramos?  Ocio, culto al cuerpo y la moda de turno. A eso se reduce la aportación de todas estas tecnologías para el grueso de los usuarios.
Vayamos ahora en sentido contrario: ¿Qué aportan los usuarios, además de los ingresos derivados de la omnipresente publicidad? En su mayoría victimismo, hipocresía, y un goteo de apoyos fútiles a diferentes causas para las cuales jamás llegan a convertirse en un apoyo real. Crean una identidad online y se relacionan a través de ella, olvidándose de ser la misma persona en el mundo real.
Ha llegado el momento de analizar esta relación en conjunto. Por un lado tenemos el más básico entretenimiento; por el otro, el más burdo teatro. El resultado: Un montón de ideales personas ficticias comunicándose entre sí, y gente real llorando a solas.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Delirio común

De entre todas las enfermedades que afectan al ser humano, existe una que, por común y extendida, pasa completamente desapercibida: El incomprensible apego a una ficción que convertimos en realidad, enfocando en torno a ella buena parte de nuestras ideas políticas, nuestros sistemas de gobierno, y nuestras propias vidas. El dinero, el puto dinero.
Ni el más grande pintor de todos los tiempos, ni el mejor filósofo de la historia, ni el mayor psicólogo de entre todos los que han dedicado su vida a estudiar al individuo…; ninguno de ellos sería capaz de retratar al hombre en un pedazo de papel con la claridad y crudeza con la que lo hace un billete de cinco euros. Y es que es eso, un pedazo de papel, y nada más que eso. Pero un papel puede ser muchas cosas: Un sinfín de sentimientos expresados en unos versos, las ideas de una vida contenidas en unas líneas, el reflejo de un alma a través de una pintura… Pero también puede ser una cárcel; o más bien, un carcelero. La cárcel somos nosotros.
Y es que no hay mejor ejemplo de la denominada “mentalidad de manada” que la simple existencia del dinero. Miles de millones de personas haciendo cosas que detestan, con el único fin de obtener algo que ya tienen: El derecho a vivir dignamente. Pero nos han convencido de que para ello necesitamos dinero. ¿Y por qué? Porque los peores de nosotros son quienes deciden como ha de vivir el resto. Ellos acumulan los recursos, y los reparten a su antojo exigiendo a cambio lo único que un hombre posee realmente, que es su tiempo. Y el hombre, manso y obediente, continúa por el sendero marcado; como si el resto del campo no fuera también Tierra, y los sueños no pudieran convertirse en Vida.

Es necesario huir del juego de ilusionistas que gobierna nuestros actos, y comprender de una vez por todas que para comer no hace falta dinero, si no comida; para vestirse no es imprescindible el dinero, si no la ropa; y para refugiarse del clima no debemos ocultarnos bajo un fajo de billetes, si no bajo un techo. Nosotros debemos decidir cómo obtenemos todos esos recursos que provienen de la Tierra, la cual nos pertenece a todos por igual, pues nadie nace siendo más que otros, por mucho papel pintado de colores que sea capaz de reunir.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Amnesia



La luz tenue del anochecer iluminaba de manera insuficiente una triste habitación de hospital. En ella, el médico de guardia hojeaba un historial sin prestar demasiada atención cuando, inesperadamente, el paciente abrió los ojos.
El convaleciente mostró primero una gran curiosidad, mirando a todas partes sin pestañear. A los pocos segundos, la curiosidad se transformó en confusión; e inmediatamente después, su rostro dejaba ver una absoluta resignación, la de aquel que acaba de comprender lo penoso de su situación. Al instante de reconocer el lugar donde se encontraba, notó también un fuerte dolor en el brazo izquierdo y la completa insensibilidad de sus dos piernas, como si no estuvieran allí, aunque no se molestó en comprobar con su otro brazo si aún las tenía.
- Disculpe, ¿Sabe usted quién soy?- dijo, causando un gran sobresalto al médico, ya que debido a la escasa luz no había reparado en que el hombre de la camilla estaba ahora despierto.
            - ¡Vaya, que pronto se ha recuperado usted! Menudo susto me ha dado- El doctor se dirigió a dar la luz de la habitación para ver mejor al enfermo, y entonces cayó en la cuenta de lo ridículo que resultaba leyendo el historial a ciegas, aunque tampoco pareció importarle demasiado.-  ¿Así que no sabe quién es? Parece que el golpe en la cabeza le ha provocado una pequeña amnesia; pero no se preocupe, está usted en las mejores manos. Se llama usted… Toril, Alfredo Toril. ¿Le dice algo el nombre?- Por un segundo, esperó una respuesta que no existía.- Bueno, no pasa nada, voy a encargarle unas pruebas para mañana. Ahora mismo les digo a sus familiares que entren, a ver si eso le ayuda a recordar algo.
Alfredo escuchó con absoluta indiferencia, como si en ningún momento hubiera tenido la intención de obtener una respuesta. Cuando el médico salió de la sala, Alfredo se quedó acostado sobre la almohada con la mirada perdida en el techo hasta que, un par de minutos después, una mujer y un niño entraron por la puerta de la habitación.
- ¡Alfredo, mi vida, estás despierto! ¿Me reconoces? ¿Sabes quiénes somos? ¡Qué mal rato nos has hecho pasar!- La mujer hizo una pausa dramática, esperando la reacción de unos ojos vacíos, reacción que nunca llegó.- ¿Cómo pudiste caerte del andamio? Tantos años de experiencia y mira… Soy Ángela, tu esposa; y éste es Miguel, tu hijo. ¿Por qué nos miras así? ¿Es que aún no nos reconoces? Tranquilo, el médico nos ha dicho que esto es transitorio y que mañana…
            - Ángela - Interrumpió Alfredo-, claro que te reconozco. Y a Miguelito también. Sois mi esposa y mi hijo… os quiero, creo, pero no es suficiente. También sé que me llamo Alfredo Toril y que trabajo para una constructora. Recuerdo mi infancia, mi adolescencia, nuestro noviazgo, nuestra boda, el nacimiento de nuestro hijo, cuando alquilamos la casa, cuando compramos el coche, lo que cené ayer… o la última noche que cené. Lo recuerdo todo, nunca lo he olvidado. Y por supuesto, también recuerdo que no me caí de ningún andamio. Salté. Y lo hice porque hay una pregunta que me atormenta y a la que no consigo responder: ¿Quién demonios soy?


sábado, 27 de septiembre de 2014

Autómatas



Raúl regresaba a casa cabizbajo al finalizar otra jornada de tarde en la fábrica, en la cual llevaba trabajando veintitrés años. El movimiento mecánico en la línea de producción mantenía ocupadas sus manos; pero no su mente, que pasaba de un sueño a otro como si se tratase de un antiguo proyector abandonado en algún rincón sombrío, encendido, pero desprovisto de cualquier defensa ante el ataque de los roedores con traje, y el traicionero paso del tiempo. Al salir de su puesto, el proyector continuaba funcionando durante el camino al hogar, ambientado por la escasa luz de las farolas, que pretendían sustituir a las estrellas, siempre y cuando no estuvieran rotas o fundidas.
Ante los ojos de Raúl, una de aquellas farolas sonreía cansada, devolvía una mirada triste, con gesto de complicidad, y continuaba con su trabajo de alumbrar la acera. Antes de darse cuenta, llegó al portal y sacó la llave tal y como hacía cada día a esa hora; pero esta vez había algo diferente. Un cartel de color rojo intenso, pegado en el lado derecho de la puerta, llamo poderosamente su atención. Sin saber muy bien por qué, se puso frente a él para ver con claridad de qué se trataba, y leyó lo siguiente:
“Realeza, políticos, banqueros, ricos herederos, empresarios, alta jerarquía del clero, artistas del mercadeo, famosos de mentira, y, en definitiva, todos aquellos que destruís al hombre día a día… escuchad, tenemos algo que deciros:

¡ESTAMOS HARTOS DE QUE VIVÁIS NUESTROS SUEÑOS Y CONVIRTÁIS EN PESADILLAS NUESTRAS VIDAS!”

“No creo que ninguno de esos lea este cartel” Pensó Raúl, mientras de nuevo se encaraba hacia el portal para abrir. Una vez dentro, un autómata que se hacía pasar por el hombre que iba a ser Raúl encendió  la luz y se giró hacía la derecha para abrir el buzón en el que no esperaba encontrar nada, puesto que ya había recogido el correo por la mañana; no obstante, en el interior del buzón había un sobre, sin remitente ni destinatario, lo cual despertó al hombre dentro de la máquina, que ni siquiera esperó a estar en casa para leerlo, y lo abrió mientras subía las escaleras de su viejo edificio sin ascensor. Dentro del sobre encontró lo que parecía ser la fotocopia de una carta manuscrita, en la que se podía leer lo siguiente:

“Empleados, pobres, marginados, vagabundos, y todos aquellos que vivís entre la incomprensión y la desesperación… escuchad, también a vosotros tengo algo que deciros:

¡NI UN DÍA MÁS!

Ya está bien de regalar nuestras vidas, basta ya de sufrir para que disfruten aquellos que nos hacen sufrir. A lo largo de los siglos, siempre ha habido unos pocos que vivían como parásitos del resto. Todos eran conscientes de ello, y lo aceptaban, porque no conocían nada mejor. Pero lo que ocurre en la actualidad es la mayor ruindad que ha conocido el hombre en sus siete mil años de historia como ser civilizado. Ahora somos conscientes de que puede haber una vida mejor… ¡Y nos limitamos a soñar con ella!  Constantemente nos dicen: “Mira, así podría ser tu vida, ¿Qué buena vida eh?” Y nos quedamos como idiotas viendo lo que nos enseñan y soñando con alcanzarlo algún día, o con dar a nuestros hijos la oportunidad de alcanzarlo, mientras con nuestro trabajo contribuimos a perpetuar nuestro estado y la imposibilidad de obtener una verdadera vida. ¡Somos la base de un sistema que nos oprime! ¡El pilar fundamental de un mundo que se ríe de nosotros! En el siglo XX y lo que llevamos del XXI se ha perfeccionado la esclavitud de tal modo, que no sólo se ha logrado que los esclavos no sepan que lo son, ¡Si no que se ha conseguido también que sean sus propios opresores y verdugos!
Por todo esto, ha llegado el momento de dejar de formar parte de su sistema, que no es el nuestro. Así, os propongo lo siguiente: Id al banco y sacad todo vuestro dinero. Después, comprad una tienda de campaña lo más amplia que podáis permitiros, instrumentos de labranza y provisiones no perecederas para aproximadamente un par de meses; y guardad el resto del dinero en algún lugar seguro, cerca de vosotros, pero no en el banco. A continuación salid al campo, a un lugar que os guste, escoged un pedazo de tierra, que nadie os puede negar, porque la tierra no es de nadie. Instalad ahí vuestra tienda y empezad a trabajar la tierra. No volváis a vuestro trabajo, y ni siquiera aviséis de que os vais. Comeremos de lo que la tierra nos de, y no necesitaremos más, porque no estaremos expuestos a sus trampas, sus engaños y su permanente idiotización. Si todos hacemos esto, habremos ganado; ellos son muy pocos, y aquellos que deben proteger su sistema pertenecen a nuestro bando, y se darán cuenta por sí mismos de que no deben usar la violencia contra nosotros en favor de sus opresores, si no unirse a nosotros y compartir nuestras tiendas y nuestra tierra. Su sistema no puede funcionar sin nuestro sometimiento “voluntario”. Y si quieren que volvamos a la “sociedad del progreso y el desarrollo” tendrán que cambiar muchas cosas. Seremos nosotros quienes dictemos las normas.
¡Una revolución sin una sola gota de sangre! Este es mi sueño y os necesito para convertirlo en realidad.
Nos vemos en un mundo mejor, firmado por vuestro igual.”
Raúl quedó pensativo tras leer la carta. Cenó y se marchó a dormir, como cada día, pero hoy algo distinto le rondaba la cabeza. Normalmente, el hipnotizante zumbido del televisor le acompañaba durante la cena y hasta la hora de dormir, regalándole una agradable tranquilidad que se traducía en una completa inocuidad mental y un rápido sueño profundo; pero hoy, ni siquiera se había acordado de encender la tele al llegar a casa, y en su cabeza resonaba incesantemente una pregunta: “¿Y por qué no?”. Le costó mucho conciliar el sueño, pero cuando lo hizo, ya estaba resuelto a levantarse pronto al día siguiente para ir al banco y comenzar una nueva vida.
Sonó el despertador, y Raúl se levantó con una sensación extraña, que al principio no fue capaz de reconocer, pero que tras unos minutos identificó como aquello que sintió alguna vez, hace muchos años, cuando era el dueño de su vida. Se vistió, desayunó y salió hacia el banco.
Una pequeña sonrisa adornaba las arrugas de su rostro, que hoy parecía menos cansado, cuando estando ya cerca del banco, al doblar una esquina, se encontró con un compañero de trabajo.
-¿Te has enterado de lo del loco ese? -dijo su compañero, después de saludarle con un gesto de la cabeza.
            -¿Quién? -respondió Raúl.
            -El tipo que se dedicó a repartir cartas por el barrio llamando a la revolución, parece que ya le han detenido. Por lo visto se había escapado de un psiquiátrico o algo así. Al menos eso es lo que me acaban de contar.
            - Ahm… ya veo. ¿Entonces no se hará nada de eso? -Contestó Raúl, que de nuevo parecía tan cansado como siempre.
            -¿Pero como va a hacerse? ¡Es una locura! ¿No habrías pensado en hacer caso? -Y a las palabras del compañero se unió una extraña mirada, entre suplicante y escéptica, como la de un condenado a muerte que echa un último vistazo alrededor esperando encontrar un sitio por el que escapar, pero sin confiar realmente en encontrarlo.           
-¿Yo? No, claro que no. -Susurró Raúl casi sin palabras, y bajando la mirada al suelo.
            -Nos vemos en el curro.
            -Claro, hasta luego.